Hospitales colapsados a finales de marzo |
SOCIEDAD / Pandemia de COVID-19
Breve cronología de la pandemia
La mala gestión de la pandemia a nivel global ha causado un número de víctimas difícilmente imaginable hace poco menos de un año. En este artículo queremos, además de honrar a las 50.000 personas que han fallecido a causa del coronavirus en nuestro país, contar toda la historia para que nunca más se vuelva a repetir.
Miguel Palma Molina
Comienza 2020
2020 comenzó como un año cualquiera. Tras las elecciones de noviembre del año previo, se consolidó el gobierno de coalición entre PSOE y Unidas Podemos. Poco después de este acontecimiento político, el 14 de enero, una deflagración de óxido de etileno hacía temblar la ciudad de Tarragona con una terrible explosión, que lamentablemente causó varias víctimas. Durante varios días, el foco mediático estuvo ahí. Una semana después, comenzaron a circular por los informativos de televisión las noticias sobre un brote de un virus que producía una extraña neumonía en la ciudad de Wuhan, en China. Al principio, la sociedad en general le dio una importancia muy pequeña, como si se tratase de un simple hecho anecdótico que sería resuelto poco después. Sin saberlo, la catástrofe había sido desatada. Entrado febrero, el tema del coronavirus, por su aparente estatismo, parecía aún una nimiedad anecdótica y sin importancia. Sanidad se empeñaba en decir que no era absolutamente nada, y de hecho, así lo parecía. Los datos que llegaban de China no mostraban nada demasiado impactante para el denso y enorme bloque continental que era el país asiático. Para el quince de febrero había poco más de 65.000 casos y unos 1.500 fallecidos, cifras realmente bajas en relación con la población. Además, empezaba a reducirse el número de casos diarios, lo que propició la sensación de irrelevancia.
El terror pisa Europa
Sin embargo, todo cambió cuando, a finales de febrero, el virus comenzó a propagarse con celeridad por Italia. Eso encendió todas las alarmas. En el gobierno, aunque se daba imagen de tranquilidad, ya reconcomía la idea del azote de la epidemia, claro está, con un impacto mucho menor del que ahora conocemos.
España, bajo el poder destructor del coronavirus
Pasaron los días y comenzó marzo. El día 2 del mismo mes, se superaron los 100 casos confirmados en el país, y una semana después, el día 9, se había multiplicado esta cifra por doce. Italia confinaba el país por completo esa misma jornada ante el imparable aumento de casos de la enfermedad, que ya dejaba a sus espaldas 464 muertos. La tragedia no había hecho más que empezar. Dos días más tarde, en España, el horizonte se divisaba negro. El gobierno sabía que la maniobra de Italia tendría que imitarse mucho más pronto que tarde. El doce de marzo, los casos rozaban los 3.000, y los muertos eran ya 84. Pedro Sánchez, el presidente del gobierno, pedía a todas las Comunidades Autónomas el cierre de los colegios, una idea que Sanidad había rechazado apenas siete días antes. A las 20:30, Andalucía comunicaba oficialmente el cese de toda actividad educativa presencial a partir del lunes 16 de marzo, por un período de 15 días. El mismo 13 de marzo, la situación era totalmente desconcertante. ¿Cómo se había llegado a este punto en apenas dos semanas? Los días siguientes serían de una crudeza inimaginable, sin igual. El 21 de marzo, con 1.326 fallecidos (233 en 24 horas) y 25.000 casos, Sánchez declaraba que “llegarían días muy duros” y pedía prepararse emocionalmente para las siguientes dos semanas. No falló. Pero nuestra imaginación se quedó corta. Apenas una semana después, se registraban en nuestra nación 832 fallecidos en 24 horas, la cifra más alta de toda la pandemia. Afortunadamente, a la subida le quedaban pocos, aunque extremadamente dolorosos días. El 2 de abril fue el día más oscuro en nuestro país, cuando rozamos los 950 fallecidos en 24 horas. El dato era demoledor y arrasador, pero afortunadamente (dentro de lo horrible de la situación), se quedaría como el peor día para siempre (al menos hasta el momento).
Planes de desescalada
A partir de entonces, el gobierno de Sánchez comenzó a pensar en un plan de reapertura del país de cara al verano. Aunque aún quedaban más de dos meses y medio, el plan de desescalada debía ser muy lento, puesto que cualquier posible rebrote sería la ruina. El 26 de abril se alivió el confinamiento de los menores de 14 años, no sin algún que otro pleito sobre lo que se podía hacer y lo que no. El 2 de mayo, con 276 fallecidos en 24 horas y una cifra acumulada que sobrepasaba los 25.000, comenzó la desescalada por fases. Cada una de ellas era menos restrictiva que la anterior. Cuando finalizaba la desescalada, se entraba en un período llamado “nueva normalidad”, que consistía en poder hacer todo lo que se hacía antes, pero con mascarillas obligatorias, metro y medio de distancia interpersonal, mucho gel a base de alcohol, y alguna que otra restricción de aforo en lugares concurridos.
Llegó el verano
Tras tres terribles meses en los que fallecieron alrededor de 30.000 personas en nuestro país, la ciudadanía tenía ganas de intentar olvidar un poco al coronavirus… El problema fue que lo hicieron literalmente. Numerosos vídeos mostraban que en algunas instalaciones no se cumplían las precauciones necesarias, que parte de la sociedad apenas cumplía las medidas y que, en general, el virus parecía algo del pasado. Estos comportamientos irresponsables se comenzaron a ver reflejados en los datos a finales de julio, cuando se produjo una evidente escalada en los casos. El número de fallecidos, sin embargo, permanecía prácticamente igual. ¿Había descendido la letalidad del virus? ¿Era verdad la hipótesis de que la violencia del microorganismo se atenuaba con el calor? Nada de eso, la explicación era que en marzo habíamos detectado la punta del iceberg, los casi 10.000 casos diarios que se llegaron a registrar fueron, muy probablemente, 100.000, e incluso más. Por eso mismo, el gobierno, sabiendo que teníamos la capacidad de rastrear al menos un 50% de los contagios que se producían, no le dio demasiada importancia a los casi 9.800 casos agregados al recuento el día 28 de agosto.
Madrid cae de nuevo
Llegado septiembre, la media diaria de casos era de entre 9.000 y 11.000, con ciertas oscilaciones entre martes y viernes, días en los que se detectaba el máximo semanal, y el principal foco vírico de España, incluso de Europa, se encontraba en Madrid, donde semanalmente fallecían cerca de 400 personas y se agregaban a los recuentos unos 35.000 contagios. Con los datos de una nación entera, Madrid comenzó a confinar perimetralmente "zonas de salud". En un principio, todos apuntaron a que en regiones con un nivel de transmisión de la enfermedad tan alto, unas medidas tan laxas jamás funcionarían. El 9 de octubre, y tras una guerra contra la presidencia de la Comunidad de Madrid, el gobierno central interviene y la región entera es declarada zona de alto riesgo, con un Estado de Alarma por delante. Lo cierto desde el punto de vista epidemiológico es que la propagación del coronavirus había empezado a decelerarse unos días antes, probablemente por las medidas de cierre perimetral.
España entera entra en terreno de máximo peligro una vez más
Como si de una reacción a las restricciones de Madrid se tratase, a mediados de octubre, una semana después de declararse el Estado de Alarma en la capital, el resto de las Comunidades Autónomas vivieron una frenética escalada en el número de casos, ingresados y fallecidos. Los primeros alcanzaron cotas extraordinarias de 25.000 por jornada, los segundos llegaron a un techo de unos 20.000 y los terceros superaron los 300 durante días. Esta inesperada subida llevó al gobierno central a volver a declarar el Estado de Alarma a nivel nacional, aplicándose así restricciones muy severas en gran parte del país. Cataluña y Andalucía, las más damnificadas en esta segunda ola, rondaron el centenar de fallecidos diarios en sus peores momentos, y superaron con holgura la barrera de los 5.000 casos diarios. Asturias, Navarra y Melilla sufrieron una embestida peor a la de la primavera, registrando récords de casos y decesos diarios y anotando incidencias acumuladas quincenales superiores a 1.000 casos por cada 100.000 habitantes. España se había vuelto de nuevo el infierno que tanto se temía en verano.
Incertidumbre de cara a Navidad
No todo es malo en esta segunda ola, puesto que se esquivó, aunque por los pelos, el confinamiento domiciliario, medida que otros países europeos sí aplicaron. Los casos descendieron, y en menor medida, lo hicieron los fallecidos. Ahora queda esperar a ver la actuación de la sociedad en estas festividades. ¿Volveremos a una sombría etapa donde reina la tristeza de la muerte o lograremos, gracias al avance de las vacunas, asestar el golpe final al virus?
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