La Unión que queremos
Miguel Palma
Hungría no claudica. Las presiones que recibe cada día por parte de la UE y sus países miembros para la derogación de las leyes que prohíben la exposición de contenidos LGTB a menores de edad no han dado - todavía - sus frutos.
Yo soy europeísta. Creo firmemente que la colaboración entre los distintos estados de Europa es un hecho enriquecedor para nuestra cultura Occidental, dado que a todos nos une un pasado común - se haya manifestado de una manera u otra en cada territorio - que nos debe atañer. Sin embargo, parece que la Unión Europea está comenzando a sufrir un proceso amnésico.
Durante la mayor parte del siglo XX, Europa vivió bajo el poder aplastante del totalitarismo. En los años 30 y 40, los nazis, movidos por un sentimiento jingoísta, racista y xenófobo, acabaron con la vida de 17 millones de personas. Durante su reinado de terror, Iosif Stalin mató a 23 millones de soviéticos entre hambrunas, purgas y masacres de infinita crueldad. Más allá de poner a estos dos regímenes en una balanza del horror, me gustaría mostrar mi eterna repulsa hacia estos. Condenaron durante décadas a todos los ciudadanos europeos a la más profunda ruina económica y social, así como a una vida de represiones y limitaciones.
Sin el ánimo de comparar situaciones, dado el insulto que supondría para las centenares de millones de personas que vivieron durante aquellas ominosas décadas, lo cierto es que el panorama actual empeora ostensiblemente. La Europa de las libertades ha comenzado a retroceder con un efecto, claro está, suavizado por la fuerza que tiene la democracia en el mundo actualmente.
Esto ocurre, claramente, porque está pasando algo que yo denominaría plazo del trauma, el período de tiempo en el que una nación comienza a olvidar su pasado. Una vez este ha vencido, la nación puede volver a cometer errores que antaño le costaron muy caro. Tal es el caso de Europa, que comienza a olvidar lo sucedido durante las primeras cuatro décadas del pasado siglo XX.
En España, si lo miramos de la misma forma, estamos ante lo mismo, y es que el plazo de tiempo es muy similar. Pero no es momento de hablar de España.
Alemania es un ejemplo de país con un plazo del trauma, al menos hasta nuestros días, muy largo y duradero, dado que todavía no ha mostrado ningún síntoma de desgaste (y no parece que estén por aparecer). Allí están ilegalizados los partidos de ideología extrema y con tendencia al autoritarismo genocida. Es una forma de nunca olvidar su historia.
Ortega y Gasset, padre intelectual de lo que póstumamente sería la Unión Europea, proponía un modelo de razón alejado de la pura que encontramos en el transcurso de la Edad Moderna. Esta es la razón histórica, y propone entender al hombre no por una naturaleza, sino por una historia, su historia. Entender a hombre es, pues, entender la historia. Y si de algo nos sirve entender la historia es para no volver a repetir sus momentos más oscuros y abyectos. La Unión que queremos es la que tenga en cuenta esta razón histórica y garantice un régimen de libertades, la que no mercadee con derechos, la que no imponga privilegios y dé un acceso universal a los servicios más elementales a toda su población como la educación, la sanidad, la libertad, la seguridad o la alimentación.
Sin embargo, no todo es malo en la actual Unión. Es más, me atrevería a decir que prácticamente todo lo que ha acaecido - en su mayoría, acontecimientos que han propiciado el progreso de la humanidad - en Europa en los últimos 70 años es el reflejo de una cooperación sin límites entre entes (naciones) que buscaron lo mejor para una sociedad que bullía en ansias de cultura y progreso.
En definitiva, no estamos lejos de la Unión que queremos. Sin embargo, tampoco hemos llegado al objetivo, que muchos también podrían tachar de utópico. Europa debe seguir avanzando hacia una libertad económica, social, y cultural que garantice el estado de bienestar por medio del uso de la razón histórica que tanto se ha ignorado y, en definitiva, tanta relevancia tiene realmente.
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