Imprescindibles pero invisibles

Imprescindibles pero invisibles

Divulgación científica

El hombre. Todos los descubrimientos científicos a lo largo de la historia, exceptuando algún que otro raro caso, parecen, a primera vista, haber tenido como origen el ingenio de un hombre. ¿Es esto realmente así o estamos ante un caso de menosprecio e invisibilización histórica de la labor femenina en las ciencias? 

Si nos remontamos a 1687, encontraremos con que el británico Isaac Newton, físico, matemático, alquimista y teólogo, acababa de publicar, a petición del astrónomo Edmund Halley, su obra magna, Philosophiae naturalis principia mathematica, en la que se describían todos los principios matemáticos de su física, entre los que se encontraba una minuciosa y detallada exposición de su Ley de la Gravitación Universal, el corpus de la física moderna. 

Años más tarde, en 1706, nació en París Émilie du Châtelet, quien a lo largo de su vida fue una de las más grandes físicas, matemáticas y filósofas de la Francia del siglo XVIII. Junto a su gran amigo Voltaire, el filósofo francés, escribió una obra imprescindible y fundamental para comprender la filosofía natural de Newton, llamada Les élements de la Philosophie de Newton, publicada en 1738, 11 años después de la muerte del británico. Por si eso no fuera suficiente, Émilie se encargó de traducir al francés la famosa obra de Newton (Principes mathematiques de la philosophie naturelle) y escribió numerosos ensayos en los que divulgó los descubrimientos en física y matemáticas de Newton y Leibniz, tales como Institutions de Physique, obra con la que se dio a conocer en el mundo intelectual europeo.   

Teniendo en cuenta que Francia fue uno de los países en los que más se desarrolló la filosofía de la Ilustración en las últimas cuatro décadas del siglo XVIII, la relevancia de su traducción al francés de la filosofía natural newtoniana y su divulgación de esta misma en distintas obras de su autoría fueron fundamentales en el desarrollo de la ciencia europea.  

Retrato de Émilie du Châtelet, por Quentin de La Tour, retratista francés

Si avanzamos doscientos años, hacia los albores del siglo XX, nos encontraremos con el físico alemán más famoso de la historia, Albert Einstein, publicando su famosa Teoría de la Relatividad, con la que el paradigma de la física que se conocía hasta ese momento cambiaba por completo, haciendo del tiempo y del espacio una y la misma cosa, revolucionando nuestro anterior concepto de gravedad, que a partir de este entonces sería conocida como la deformación del continuo espacio-tiempo causada por la acción de la masa. 

Sin el ánimo de desmerecer la genialidad del Einstein y su relevante colaborador, el matemático Tulio Levi-Civita, gran impulsor del cálculo tensorial, fundamental para el desarrollo matemático de la relatividad, lo cierto es que en la historia de la construcción de esta teoría existe una gran desconocida para el vulgo. Esta es Mileva Maric, quien fue durante años la pareja sentimental de Albert. Estudió matemáticas en la Universidad Politécnica de Zúrich, donde conoció a Einstein, y, aunque a día de hoy se sigue debatiendo la magnitud de sus contribuciones, existen indicios de que sus amplios conocimientos en física y matemáticas y la implicación en las investigaciones de su pareja resultaron extraordinariamente útiles para la finalización de la Teoría de la Relatividad y los descubrimientos del annus mirabilis (1905) de la física, como se puede observar en algunas de las cartas que intercambiaba con una amiga suya, en las que hablaba de sus investigaciones junto a Albert. 

A mi juicio, este es uno de los casos más obscenos de invisibilización de la mujer en la ciencia, dada la enorme relevancia que tiene la Teoría de la Relatividad en nuestros días y el nulo conocimiento existente alrededor de la figura de Mileva y su implicación en esta hazaña. 

Mileva Maric, junto a Albert Einstein

En 1962 se entregaba a Wilkins, Watson y Crick el Premio Nobel de Medicina y Fisiología por el descubrimiento de la estructura del ADN. Todos hemos visto en algún libro de texto la estructura de doble hélice del ADN, formada por un esqueleto de desoxirribosa, un tipo de glúcido, y pares de bases nitrogenadas, divididas en purinas (adenina y guanina) y pirimidinas (guanina y timina) unidas por puentes de hidrógeno.

Estructura molecular del ADN, imagen de Khan Academy

¿Fueron realmente Wilkins, Watson y Crick las únicas personas implicadas en el descubrimiento de la estructura del ADN? La respuesta es no, y este es, a mi parecer, otro de los episodios más bochornosos de la historia de la ciencia, al invisibilizarse absolutamente una vez más el importantísimo trabajo de una mujer. Hablo de Rosalind Franklin.

Rosalind nació en Londres, en 1920. Estudió en la Universidad de Cambridge, y durante toda su vida demostró ser una científica brillante. Realizó importantes contribuciones a la biología y a la química, entre las que se encuentran el estudio del virus del mosaico del tabaco, el descubrimiento de la estructura de los virus y un enorme avance en la técnica de obtención de imágenes por difracción de rayos X, siendo esto último lo que le valió el descubrimiento de la estructura del ADN.

Franklin proyectó un haz de rayos X sobre una molécula de ADN, obteniendo una singular imagen, llamada "Fotografía 51". Esta, observada por un profesional del campo, llevaba a la deducción de que la molécula en cuestión tenía la forma de la famosa doble hélice. 

Fotografía 51

Según dice la biografía oficial de Rosalind, esta fotografía fue mostrada a Watson por parte de Wilkins sin el permiso de su autora, lo que llevó a estos a completar sus investigaciones sobre el asunto de manera exitosa en cuestión de meses. Rosalind murió en 1958 a causa de un cáncer de ovario que presumiblemente se había desarrollado por culpa de las altas dosis de radiación que recibía a diario en sus investigaciones. Ninguno de los tres galardonados por el Nobel mencionaron a Franklin en su discurso, lo que hace que esta historia esté cubierta de nuevo por una capa de invisibilización de la labor femenina en la ciencia, lo que se conoce popularmente como "efecto Matilda".

Rosalind Franklin

Como estos hay muchos más casos. Los trabajos de miles de mujeres han sido invisibilizados a lo largo de la historia, y no solo en el campo de las ciencias. Es un deber de la humanidad reconocer a estas mujeres históricamente menospreciadas como autoras de sus obras y artífices de descubrimientos, así como evitar que hechos así vuelvan a repetirse. El papel de las mujeres en la ciencia a lo largo de la historia es de una extraordinaria relevancia, y sin ellas, muchos de los avances que hoy en día aprovechamos y gozamos probablemente habrían tardado mucho más en llegar a nuestras vidas.  

Comentarios

  1. Muy buen artículo. Muchas gracias por visibilizar a estas mujeres científicas.

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