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Un armagedón intelectual

 Un armagedón intelectual

Pese a ser apócrifas, las palabras pronunciadas por Millán-Astray en 1936 “Muera la inteligencia” serían un título más que adecuado para este texto.

De un paseo por un pasillo de un instituto, y le invito a observar detenidamente el panorama. Encontrará aulas abarrotadas de alumnos, en un silencio sepulcral, atendiendo impasibles la explicación de un profesor. Si a uno de estos alumnos se le pregunta qué le parece permanecer 6 horas cada día en clase, generalmente inmiscuidos en su pensamientos, seguramente le responderán que está mal, porque lo que aprenden no les gusta, no les sirve...

Analicemos el problema a fondo: todas las mañanas, 30 o más alumnos han de llegar puntuales a un aula dónde permanecerán en inmutable silencio durante una hora entera. Aliviados por el estruendo de la campana, los alumnos se levantarán de sus pupitres, y se aproximarán a los marcos de las puertas del aula durante este efímero periodo de libertad. En caso de traspasar una línea roja, serán reprendidos por un profesor, y deberán retroceder 20 centímetros para evitar una tragedia (nótese el sarcasmo). Pasados pocos minutos de la salvadora campana, un profesor llegará de nuevo al aula y los alumnos se postrarán de nuevo en sus asientos.

Durante la hora de clase la cronología es como sigue: el profesor comienza a explicar un temario que los alumnos deberán aprender instantáneamente para no quedar atrás y no ser arrollados por el “fracaso”. El profesor en un intento de deshacer la monotonía explica un hecho “superfluo”, “inútil”, hecho reprimido por un resonante: ¿Pero, esto cae en el examen? Tras la negación, el alumno ya está satisfecho, un alivio, algo menos para estudiar.

Una vez acabado un temario en tiempo récord, el profesor se dispone a fechar el temido “examen”, dónde se evaluará, como si de una cabeza de ganado se tratase, la calidad intelectual del alumno. Nada de lo ejercitado en clase tiene valor al lado de esta prueba. Llega el día del examen; los alumnos, con los conocimientos frescos escupen métodos, ecuaciones, fórmulas, parrafadas e hincadas de codos en un papel que alzan inseguros y otorgan a un profesor que impertérrito lo guarda en un archivador. Tarea completada, se ha estudiado duro, se ha escupido y ¿ahora qué?

Llegan los resultados, y el tutor nombra a cada uno de los alumnos para que observen el juicio injusto que se ha establecido sobre ellos. Un proceso que se repite por lo menos una veintena de veces por trimestre y que deja una cosa clara a los alumnos: “Se aprende por y para el examen”

No hay cabida para el desarrollo intelectual: el placer de entender, saber y descubrir se esfuma, nada de esto tiene importancia en cuanto un examen arroja un juicio de insuficiencia sobre uno de los alumnos.

Estamos ante un armagedón intelectual: el conocimiento y la cultura están siendo desplazadas por la eficiencia, la utilidad y la memorística. Una nota escrita sobre un arrugado trozo de papel, escrito con desesperación por un alumno que teme caer al pozo de la “ignorancia” es el que dicta su validez en el ¿mundo actual? Ni muchísimo menos.

Lo cierto es que este sistema educativo prepara a autómatas para trabajos creativos, a cerebros inflexibles para un mundo flexible, mentes que serán abrumadas por el mundo real. Si de verdad queremos crear una sociedad culta y competente, el camino no son firmes sentencias de incapacidad, sino métodos que inciten la curiosidad, y la consiguiente investigación.

No le pongas un examen a un alumno, ponle una enciclopedia, ofrécele un bombón de esa inmensa caja roja del conocimiento, haz que el alumno se interese, no que odie la materia. Alimenta el espíritu lector, no con lecturas juveniles sin interés alguno, muéstrale los clásicos, deja que se inmiscuyan en este mundo y no en sus pensamientos como método de evasión de una aburrida retahíla orientada a tener éxito en una prueba.

Olvidemos de una vez por todas la utilidad, los intereses de diversos estudiantes no pueden ubicarse en un podio, son en estos en los que reside el interés y las verdaderas capacidades del alumno, y por ello no han de ser arrebatados vilmente y sustituidos por un libro de texto.

Dejad tiempo, no sean egocéntricos, tras seis horas de maldecir en silencio el edificio en el que se encuentran, no quieren volver a pensar en él. Si hacemos de un instituto un lugar donde potenciar los intereses y habilidades de cada alumno, a lo mejor esas maldiciones se transforman en alabanzas o por lo menos en indiferencia. Aún así, dejen tiempo, no sean intrusivos, dejen las tardes para la recreación, para el estudio propio, para la investigación y con suerte, no para lo que lo estoy empleando en este momento.

En conclusión, dejémonos de líneas rojas y comencemos a practicar la comprensión, el interés, la pasión por el conocimiento, la enseñanza recíproca y el cultivo intelectual. Reduzcamos a cenizas un metafórico examen y devoremos un libro.

Comentarios

  1. Muy interesante pero en este tema, como en otros muchos, noto una enorme crítica general pero falta total de propuestas. Los alumnos de bachillerato estamos muy asqueados y está claro que el sistema no es el mejor pero, ¿cuál es la propuesta? El cultivo intelectual y la pasión por la cultura es, tristemente, para unos pocos, cuasi para la élite intelectual adolescente. Si no es por la obligación de estudiar para un examen, ¿por qué iban a estudiar los chicos de 15 años más atentos al botellón del día que, como es lógico, a la física de partículas o a la filosofía aristotélica? Lo dejo como reflexión simplemente.
    Un saludo,
    Un estudiante de bachillerato.

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    Respuestas
    1. ¡Hola! Acabo de ver tu comentario. Justo este artículo no es mío, sino de mi amigo David. Le haré saber tu reflexión para que él mismo pueda contestarte. Muchas gracias por el interés.

      Desde mi perspectiva, también de alumno de bachillerato, hace falta un incentivo en el aula que lleve a los estudiantes hacia el "sapere aude" kantiano. La mera exposición de un asunto con fin utilitario (véase, en nuestro caso, sacar la máxima puntuación en las pruebas de Selectividad) es destrucción de la naturaleza radical del saber. Decía Santiago Eguidazu en un ensayo que leí la otra mañana que en el mundo existen dos tipos de conocimientos; los que son en sí mismos y los que "son para". La educación, tal y como se plantea y gobierna desde hace un tiempo (ya sabes, desde las élites empresariales amigas del más salvaje liberalismo económico), ha dejado de ser en sí misma para "ser para". Hace falta un nuevo enfoque pedagógico general, que en vez de transmitir a los alumnos que un conocimiento es rico por su ulterior aplicación (un puesto de trabajo, por ejemplo), transmita a los alumnos un conocimiento con la idea de que este es rico en sí mismo. La estimulación del debate (siempre partiendo de un conocimiento previo del asunto a tratar, claro está) y el método mayéutico que ya en tiempos pretéritos utilizaba el viejo Sócrates son métodos ideales para la consecución de ese "sapere aude". Nuestra profesora de Ciudadanía, filósofa, lo utiliza, y los resultados son satisfactorios. Son probablemente las mejores clases que tenemos este curso. Me consta que muchos más docentes (¡que no gurús!) lo utilizan, y sus comentarios al respecto son siempre positivos.

      Como siempre, este asunto da para una discusión mucho más larga, pero he aquí mi opinión al respecto. Tal y como mencioné al principio del comentario, le transmitiré tu cuestión a mi amigo para que te responda personalmente.

      ¡Un afectuoso saludo!

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    2. Buenas tardes, acabo de leer el comentario. La reforma integral del sistema educativo es algo que escapa de mis conocimientos, pero haré un intento. Lo primero sería acabar con la masificación en las aulas, el hecho de que un profesor deba atender a 34 alumnos es un impedimento a la hora de lograr una educación más individualizada que persiga explotar los intereses personales. Por otro lado, instruir a los docentes en el uso de las nuevas tecnologías, no podemos pretender preparar a la generación del futuro mediante medios arcaicos. Fomentar una lectura de calidad desde una edad temprana para no convertirla en una moneda para conseguir mejores calificaciones, sino en un placer, o, por lo menos, en una actividad que no sea aborrecida y percibida como sin interés. Cambiar las directrices de evaluación, erradicando en la medida que sea posible las pruebas escritas y en caso de haberlas, que no sean un condicionante para el éxito del alumno. Como digo, tanto la lectura como el uso de las nuevas tecnologías dan al alumno la posibilidad de embarcarse en temas que no son cubiertos por la programación, pero para ello habría que rebajar el volumen de trabajo en casa . Y como no, transmitir la belleza del conocimiento, no solo mostrar su faceta económica. Y poco más, el resto de medidas serían derivadas de estas. La reforma es compleja, y mi objetivo no es ni mucho menos llevarla a cabo, eso lo dejo en manos de quienes saben más que yo :).

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