Antropología de lo trans
Si en algo están de acuerdo la mayoría de los pensadores de la historia de la humanidad es en que aquello que nos diferencia del resto de los seres vivos - específicamente de los animales - es nuestra enorme capacidad racional. Gracias a ella hemos sabido construir una sociedad que, dentro de su inmensa diversidad, mantiene cierto grado de cohesión. Somos la única especie que ha conseguido algo así; las sociedades humanas son el producto del intelecto. Sin su existencia, la escala que nuestra civilización ha alcanzado sería inconcebible. Aristóteles dijo hace más de dos milenios - y esto no es un recurso al magister dixit - que el hombre era un “zoón politikón”, un animal social; necesitamos la existencia de un macrosistema humano producto de nuestra racionalidad para perpetuarnos. A este argumento podría aparecerle una contraparte que pusiera de manifiesto la evidencia de una convivencia social entre diversos animales, tales como las hormigas o las abejas. Esto, indudablemente, es cierto. Las hormigas, como puede observarse perfectamente, mantienen relaciones sociales que garantizan la prolongada existencia de su grupo. Pero si algo les ha impedido la creación de un enorme sistema similar al humano, eso es indubitablemente - además de su minúsculo tamaño -, la inexistencia de una cultura. La cultura recoge bajo su paraguas todas las convenciones morales, intelectuales e identitarias de un grupo. En el caso de la humanidad, podemos hablar a grandes rasgos de dos culturas; la cultura occidental y la cultura oriental, que se distinguen en origen espaciotemporal, sentimiento identitario, moral, ética, política y acervo cultural o intelectual. A pesar de estas diferencias, la globalización está haciendo que se difuminen estas barreras y el pensamiento - la cultura en sí misma - se universalice cada vez más. Volviendo al caso de las hormigas, está claro que no existen como tal “culturas formícidas” que aúnen los rasgos definitorios de conjuntos de hormigueros a lo largo de toda la superficie terrestre. Esto es así ya que las hormigas carecen de razón, de inteligencia. Y es así como volvemos al inicio de este párrafo; la cultura como elemento de cohesión de la humanidad es producto de la razón. Las hormigas guían su comportamiento por el instinto puro de supervivencia y perpetuación del grupo. Si volviéramos a tiempos pretéritos, aquellos en los que la filosofía buscaba con ahínco la condición antropológica, podríamos declarar, a raíz de nuestro razonamiento, que el humano tiene, en contraposición al monismo que podríamos plantear en el caso de un buey, una hormiga o un caimán, una naturaleza dualista; está compuesto, por ser un animal, de instinto, y por ser un humano - homo sapiens sapiens -, de razón. La primera sustancia que nos compone responde, claramente, a los instintos más primarios de la especie; la supervivencia del individuo. Huir de los depredadores, apartarnos del peligro o defender a nuestra descendencia son algunos ejemplos claros en los que el instinto más primario actúa. Sin embargo, eso no nos define como humanos, simplemente como seres vivos. Las cuestiones sexuales entran también, en parte, en este aspecto instintivo. Se han documentado centenares de casos de especies que mantienen relaciones homosexuales y bisexuales, por lo que el argumento más repetido de grupos religiosos a la hora de excluir a personas de diversas orientaciones sexuales de sus creencias doctrinales, el famoso “la homosexualidad es contranatura” se puede desmontar con una rápida consulta a la propia Wikipedia. Pero actualmente, en lo que respecta a asuntos relacionados con la sexualidad, hay mucho más que lo que dictan las leyes de la pura naturaleza instintiva.
Derivados de la sociedad aparecieron términos y conductas que en el reino animal - el imperio del instinto puro - no existen. Esos términos son los relativos a lo que hoy en día conocemos como género. El género es, por definición, el rol que la propia sociedad asigna a cada uno de los individuos de un sexo determinado. Podría decirse, entonces, que el género es un producto o una construcción derivada de la existencia de una sociedad; no podría existir sin ella. Sin embargo, no hay una relación de dependencia directa, necesaria e inquebrantable entre el rol social (género) y el sexo. Este es un error recurrente incluso entre personalidades de un nivel cultural extraordinario. Por lo general, y esto es cierto, los individuos de un determinado sexo tienden a asociarse e identificarse con el género que se presupone desde su nacimiento. Sin embargo, como se ha mencionado con anterioridad, esto no tiene que ser necesariamente así. La condición biológica asignada - el sexo determinado en el nacimiento en función de los genitales - y la condición social y cultural - el género al que se adscribe el individuo - no son dos elementos de una relación de correspondencia cerrada e inflexible. Aunque esta diferenciación de género y sexo parezca algo que ha llegado en los últimos tiempos con el auge de la posmodernidad, la teoría queer y la decadencia de las viejas convenciones cerradas y generalizadoras de Occidente, lo cierto es que numerosas civilizaciones desde la antigüedad han dejado clara esta distinción, tales como la griega en el este de Europa, la huancavilca en Sudamérica o la amerindia en Norteamérica. También se ha rechazado a lo largo de la historia, además de la correspondencia entre roles de género y sexo, la equivalencia en número de sexos y géneros. Por lo tanto, ya no solo el género no depende del sexo asignado al nacer, sino que su número y su diversidad supera con creces el del sexo. Es aquí donde entra en el juego el famoso e injustificadamente denostado género no binario, que responde a un rechazo de las perpetuas convenciones asociadas a los dos géneros mayoritarios y no es más que muestra de la diversidad que proporciona a la naturaleza o espíritu humano la condición de racionalidad.
Eros hermafrodita |
El género queda así determinado como una convención o una construcción de la sociedad. Esta es, a su vez, un producto de la razón humana, que conformaría una de las partes definitorias de la tesis postulada acerca de la naturaleza antropológica dualista. Por lo tanto, las personas transgénero entran dentro de los límites de la naturaleza humana. Las críticas hacia las personas transgénero con el argumento naturalista, aquel que dice que estos individuos no entran dentro de los límites de la naturaleza pura, incurren en una triste reductio ad natura de la condición antropológica, ya que ignoran completamente que es también parte del hombre la racionalidad, gracias a la cual hemos podido construir la civilización tal y como la conocemos hoy. Compararnos con los animales - y con ello, con su naturaleza monista - es un acto de flagrante desconocimiento.
No, feminismo conservador, el asunto trans no es una mera cuestión intrascendente fruto de un capricho identitario rabioso e impositivo de la posmodernidad; el asunto trans es una auténtica cuestión que requiere una más que considerable introspección como especie, así como un rechazo de las falsas y asumidas convenciones occidentales establecidas hace milenios. El tema trans es un asunto que afecta a los más arraigados presupuestos de la humanidad; una columna dominical de 300 palabras no basta para refutarlo y humillarlo.
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