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Los ojos en pasmo

Los ojos en pasmo


Sorprenderse, extrañarse, es comenzar a entender. Es el deporte y el lujo específico del intelectual (...) Su atributo son los ojos en pasmo. Por eso los antiguos dieron a Minerva la lechuza, el pájaro con los ojos siempre deslumbrados.”


José Ortega y Gasset

La rebelión de las masas


Miguel Palma


Así describió Ortega, uno de los maestros del pensamiento español del siglo XX, a los intelectuales. Individuos receptivos, con los ojos abiertos, observadores, con mirada curiosa, absortos, que se deleitan con la comprensión del mundo que les rodea. Si algo define a los científicos de toda la historia de la humanidad, esto es, sin duda, su afán por el conocimiento de la naturaleza. La mirada crítica, impetuosa y valiente es una de las características que mejor define a nuestros grandes sabios; gracias a esta, la ciencia - del latín scientĭa, conocimiento - puede definirse como un ente dinámico y evolutivo, abierto a cambios, susceptible y capaz de renovarse en el caso de demostrarse erróneo lo que en primera instancia aparentaba ser certero. 


Esta mañana, mientras leía un viejo libro de biología - escrito hace más de cuarenta años -, advertí que clasificaba a los virus entre el reino protista. Extrañado, lancé por Twitter, con la esperanza de recibir respuesta por parte de un biólogo, la siguiente pregunta; “¿esto no está ya desfasado?” No tardaron en llegar respuestas que confirmaron mis sospechas: efectivamente, estaba desfasado. El interrogante, al parecer, y pese a que mis intenciones no fueran en aquel momento esas, era doble; en primer lugar, podía hacer referencia al debate sobre la vitalidad de los virus, que actualmente se encuentra en el seno de la biología moderna. Un amigo mío, buen conocedor de las ciencias biológicas, pudo darme una respuesta a esta cuestión; los virus no están vivos, ya que, entre otros aspectos también relevantes, requieren de otros organismos para reproducirse y su capacidad metabólica orgánica - esto es, basada en el carbono - es inexistente, por lo que quebrantan las características que son conditio sine qua non para la clasificación de un organismo como un ente vivo. En segundo lugar, mi pregunta atañía directamente a uno de los pilares de la biología contemporánea, la clasificación taxonómica de todos los seres que habitan en nuestro planeta. Enrique Viguera, uno de los grandes científicos de la provincia, profesor de genética en la Universidad de Málaga, contestó también a mi pregunta; el contenido de la fotografía que yo había publicado era una gran prueba de la evolución de la biología, que anteriormente basaba la organización de la vida en función de los caracteres morfológicos, y ahora, gracias a los grandes avances realizados en la secuenciación del material genético - ADN y ARN - durante las últimas décadas, había logrado sustentarse en algo mucho más firme y sólido; la estimación de las distancias y los recorridos evolutivos de las especies, la filogenia. Los reinos a los que se referían los autores de aquel antiguo volumen estaban definitivamente obsoletos. 


Esto, más que desilusionarme por tener en mi estantería un libro de utilidad más bien escasa - quizás histórica y bibliográfica - dentro del nuevo paradigma de la biología, me hizo reflexionar acerca del verdadero espíritu de la ciencia. Los reinos, que antaño llegaron a conformar la piedra angular de esta ciencia, habían quedado ahora atrás gracias al afán superador del científico representado por el advenimiento de la filogenia. En contraposición al estatismo que desde posturas lejanas al auténtico saber se le achaca a la ciencia por su aparente carácter racionalista, analítico, inflexible y riguroso, esta no es más que un organismo vivo que evoluciona gracias al afán explorador e inconformista del ser humano - en definitiva, su característica primigenia y elemental -, el querer ir más allá, la transgresión de lo establecido, sin importar la comodidad que esto pueda aportar. El conocimiento es nuestro Dorado, y la llegada a este es una aventura inconclusa, quién sabe si acaso con un verdadero final. ¿Nuestro combustible? La curiosidad. Aristóteles, Galeno, Galileo, Newton, Darwin y Einstein son nuestros modelos a seguir. Permanezcamos con los ojos en pasmo para ser como ellos.


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