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Elogio de la inutilidad

 Elogio de la inutilidad 

Miguel Palma 

El humanismo contemporáneo, como bien dijo ayer Irene Vallejo, está de luto. Y es que ha muerto Nuccio Ordine, nuestro amigo Nuccio, que defendía el saber sobre todas las cosas, mucho más allá de cualidades banales como la utilidad práctica o el rendimiento económico. Un ictus se lo ha llevado brutalmente a los 64 años, dejándonos huérfanos a todos sus lectores y admiradores, que hace tan solo un mes compartíamos con alegría la noticia de su prestigioso reconocimiento por parte de la Fundación Princesa de Asturias en el área de Comunicación y Humanidades. ¿Qué decir de Nuccio? Su trinchera eran los clásicos. Su guerra, la de la cultura. Su enemiga, la ignorancia propugnada por el neoliberalismo imperante en estos tiempos de desorientación universal. Probablemente no había en Europa una persona que conociese con mayor profundidad y rigor los clásicos, tanto los grecolatinos como los renacentistas: ahora descansa junto a su admirado compatriota Giordano Bruno, aniquilado por la Inquisición, también baluarte del pensamiento, la civilización y el saber. Nuccio nos iluminó a muchos: en momentos en los que el saber no tiene un valor bursátil, muchos logramos ver que más allá de esto último había una belleza en el mundo vedada a nuestra terca visión economicista. Il sapere inutile rende liberi, decía su perfil de Twitter, ahora convertido en un eterno in memoriam que todavía debería haberse retrasado varias décadas. Los clásicos, decía él, no solo nos ayudan a conocernos a nosotros mismos como individuos, sino que ayudan a conocer y comprender el mundo en el que vivimos, que también nos configura particularmente. Su enseñanza principal era sencilla y a la vez profunda: embarcando en el navío de la sabiduría, de la cultura universal, debemos emprender nuestra particular singladura hacia un mundo en el que el ser humano consiga de una vez por todas ser libre. Porque Nuccio era amigo de la libertad: no de la negativa que, por desgracia, propugnan quienes, con aviesas intenciones, pretenden individualizar nuestro mundo, llevando la contraria a Séneca, sino de la positiva, que otro gran humanista, Isaiah Berlin, ensalzó y defendió en sus magníficos textos como garante de una humanidad mucho más justa. Todo lo que sobre nuestro pasado cultural escribió y dijo Nuccio era un cántico de libertad cuya finalidad trascendía la actualidad, se desplegaba más allá del tiempo presente y encomendaba a la entera humanidad la construcción de un futuro más bello, más vital, más propicio para la felicidad. 


Atesoraba en Calabria, su útero vital e intelectual, más de veinte mil volúmenes cuyas enseñanzas reflejó magníficamente en sus obras, bálsamos para el espíritu y la inteligencia, magisterio puro. Nuccio fue el más valioso de los hombres considerados inútiles por un mundo desprovisto de sentido común, de placer por una vida buena, dedicada a ayudar a los demás mediante la educación, la ilustración y la cultura. Sabía bien, como John Donne, que un hombre no era una isla, sino una gota mezclada en el océano de la humanidad, un pequeño manantial que desemboca en un gran río humano: de ahí el empeño que ponía en su labor filantrópica. Su legado nos quedará en sus libros, como refleja nuestro querido Luis Cernuda: (...) lleve el destino / Tu mano hacia el volumen donde yazcan / Olvidados mis versos, y lo abras, / Yo sé que sentirás mi voz llegarte, / No de la letra vieja, mas del fondo / Vivo en tu entraña, con un afán sin nombre / Que tú dominarás. Escúchame y comprende. / En sus limbos mi alma quizá recuerde algo, / Y entonces en ti mismo mis sueños y deseos / Tendrán razón al fin, y habré vivido.


En memoria de Nuccio Ordine (1958-2023)

Sit tibi terra levis


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