No hay derecho al miedo
Miguel Palma
Este artículo no es una reflexión filosófica ni un arrebato intelectual, es una imperiosa necesidad social.
Lo dijo Unamuno en 1936 y lo repetiré yo en 2021. El silencio puede ser interpretado como aquiescencia, pero se me ha tirado de la lengua, y el que calla otorga. Yo no quiero otorgar ni consentir, quiero hablar.
Me gustaría disculparme por la prédica social de mis últimos artículos. Me gustaría escribir sobre astronomía, química, filosofía o historia, pero la situación es terrible, y obviarla sería silenciar una brecha importantísima más que evidente. Dicen que las acciones materiales valen más que las palabras, pero estas últimas son las únicas herramientas de las que yo dispongo, y quiero usarlas de la mejor manera posible para causar el máximo beneficio que esté en mis manos.
En los últimos días hemos visto una sucesión de eventos trágicos relativos a la LGTBQIfobia en diversas ciudades de España. Yo creía, hasta hace bien poco, que este era un país diverso, respetuoso, tolerante y abierto. Pequé de buenismo, puesto que no hay nada más lejos de la realidad. Este pensamiento no era más que una ilusión claramente falsa y peligrosa. A Europa le queda mucho para alcanzar el cénit del bienestar, el respeto, la tolerancia y la diversidad. Me retracto lo que dije en uno de mis últimos artículos sobre la Unión que queremos. No estamos cerca de conseguirlo todavía, a pesar de que hemos avanzado mucho en las últimas décadas.
Porque no hay derecho al miedo. Samuel no tenía derecho a tener miedo ni tenía derecho a la muerte. Samuel tenía derecho a la felicidad, la libertad y la vida, como viene recogido en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Y Samuel es, tristemente, el epítome de todas las personas que han visto sus vidas segadas o reprimidas por la acción del abominable humano comodón asustadizo que mencioné varios artículos atrás. La punta visible de un iceberg que, aunque no lo veamos, existe y es muy peligroso. Lo que le ha ocurrido no es más que la más ímproba y flébil representación del imperio de la brutal e irracional ignorancia sobre la que debería ser la racional libertad humana.
Porque por su propia condición de ser, el humano no tiene derecho a la tristeza, tiene derecho a la felicidad. Por su propia condición de existir, el humano no tiene derecho al miedo, sino que tiene derecho a la alegría. Por su propia naturaleza de animal racional, vital y social, el humano no tiene derecho a la muerte, sino que tiene derecho a la vida. Por esto mismo, pido, en lo que sé que será un estéril alegato a favor de la naturaleza humana, que seamos libres y dejemos ser libres a los demás.
Sin más ambages, pido justicia para Samuel.
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